Los límites del humor: una perspectiva para evitar la autocensura

En algunas entradas hemos citado a autores como Régis Debray o Fernández Liria para insistir en la idea de que es un error asociar el paso del tiempo al progreso. A menudo tendemos a pensar que a más modernidad, más progreso y desarrollo, sin embargo, en los últimos años estamos viendo un repunte de movimientos nacionalistas, extremistas, xenófobos, fundamentalistas y demás que creíamos propios de épocas pasadas y, por tanto, más atrasadas. Como vemos, es errónea la asociación que normalmente hacemos.
En este sentido, desde hace algunos años, hemos visto cómo esta reacción conservadora se ha vuelto contra manifestaciones humorísticas: los tweets de Zapata, los titiriteros del Alka-ETA, César Strawberry, o más recientemente el caso de nuestra compañera Cassandra o la acción contra Dani Mateo por su chiste sobre el Valle de los Caídos. Esto son solo algunos ejemplos de una lista interminable.
La sátira y la comedia, en términos similares a los de los ejemplos que acabamos de citar, se remonta a los propios orígenes del ser humano. En las comedias griegas o en los versos de poetas como el romano Catulo encontramos chistes de lo más ofensivos hacia determinados colectivos o personas particulares. Y esto permaneció inalterable o incluso se acentuó de mano de autores como el mismísimo Molière o nuestro Quevedo. Incluso Cela ha incomodado a muchas personas y ha cargado contra colectivos completos en sus obras de forma totalmente indiscriminada, y no por ello se quedó sin su Nobel. 
De acuerdo a Ignacio Martínez de Pisón una de las finalidades del humor consiste en hacer daño a fin de corregir defectos y debilidades de la sociedad, y, conscientes o no de ello, estos autores contribuyeron a remendar vicios sociales. Uno de los mejores ejemplos de esto lo encontramos precisamente en España: el programa Vaya Semanita que durante años se emitió en la televisión pública vasca, recurría constantemente a bromas sobre el terrorismo y, riéndose de ETA, probablemente hizo más por la pacificación en el País Vasco que muchos gobiernos. Sin embargo, entonces nadie se planteó que hubiera que cancelar el programa por frivolizar sobre un tema tan serio como el terrorismo.
A fin de cuentas, la comedia, como el terror o la fantasía, son géneros de ficción, y como ficción, los límites los marca la propia imaginación. En una película se puede escenificar una violación, un atentado terrorista o un linchamiento, pero nunca se entenderá como una incitación. Nadie se plantearía hoy en día prohibir una novela clásica como lo es Lolita, y que narra la obsesión sexual de un hombre de mediana edad por su hijastra de 12 años, ¿es esto incitación a la pederastia? No, es un clásico de la literatura universal.
A lo largo de la historia no encontramos muchos ejemplos en los que un comediante haya sido reprimido por sus chistes. Muy por el contrario, en épocas pasadas el cómico gozaba de un status mayor, y sus bromas eran mejor encajadas por instituciones y órganos de poder. No lo decimos nosotros, lo dicen ellos mismos: el dibujante Forges ha manifestado que, pese a las amenazas que recibió en el pasado, su trabajo es más difícil en la actualidad y realiza un mayor esfuerzo por evitar determinadas prohibiciones o posibles consecuencias legales que durante la dictadura franquista.
Obviamente algo está cambiando cuando un mismo chiste hecho en los años ochenta despertaba una risa unánime y en la actualidad te puede llevar a la cárcel. Dos serán los argumentos que esgriman quienes defienden que esto sea así: la protección de las víctimas y el contexto.
"Claro, es que hoy en día existe un sistema judicial que protege a las víctimas de la humillación. Los chistes que se están juzgando humillan a las víctimas, no a los agresores, y ejemplos como el de Vaya Semanita se mofaban de los agresores". Error: uno de los chistes que hemos aludido es el que se ha hecho viral últimamente de Tip y Coll y que se burla de Carrero Blanco. Por su parte, Cela, Quevedo o Arévalo han hecho chistes sin discriminar entre víctimas o agresores. Y aquí viene un punto interesante: tal y como ha señalado el portavoz de Jueces para la Democracia, Joachim Bosch, el trabajo de un juez no debe ser evaluar el grado de ofensa del supuesto ofendido, sino determinar si existía o no intención de ofender. La intención de quien emite ese chiste no es ofender a la víctima, sino hacer reír a un público. “Ya, pero es que ofende, y eso hay que castigarlo”. En la denominada Ley de Seguridad Ciudadana o "Ley Mordaza" se ha despenalizado el insulto y nadie ha puesto el grito en el cielo por ello. Ni siquiera los mismos que claman por castigar a tuiteros y raperos.
En cualquier caso, ¿de verdad están ofendidas las víctimas? Bueno, veamos a una de las personas sobre las que más chistes se han hecho en este país:



Irene Villa dice no sentirse ofendida, pero es que además, los descendientes de Carrero Blanco hicieron un comunicado a través del cual tachaban de desproporcionado el castigo en casos como el de Cassandra. Al final, parece que los más ofendidos no son los aludidos ni sus familiares, sino personas con algún tipo de interés en que exista tal ofensa. No obstante, la demanda es un derecho, y si te sientes ofendido siempre puedes denunciar para dejar patente tu descontento. Lo preocupante no es que se produzca esa demanda, sino que se acepte.
Vale, no hay ofensa, o desde luego no en el grado en el que se nos pretende hacer creer. De modo que analicemos el contexto: obviamente una persona no cuenta un chiste en un funeral (salvo alguna excepción), ni cuenta un chiste sobre el hambre en África a un pobre niño desnutrido. Los chistes que se juzgan han sido vertidos en redes sociales, donde el error está en pensar que lo que dices está pactado con tus seguidores, ignorando que cualquier otra persona tiene acceso a ello. Pero, ¿de verdad son tan graves las palabras como para que deban ser llevadas ante un tribunal que encarcele a su emisor?
Muchas veces el problema es la perspectiva o la distancia con los hechos aludidos. Ya lo decía Mark Twain: "El humor es igual a tragedia más tiempo". La dificultad está en delimitar cuándo el tiempo que ha pasado es el suficiente.
En 1986 tuvo lugar la explosión del transbordador espacial Challenger, que costó la vida a siete tripulantes. Dos semanas después circulaba por los países de habla inglesa el siguiente chiste: ¿Sabes cuál es la bebida oficial de la Nasa? El Seven Up. En 1997 murió en un accidente en París Diana de Gales, más conocida como Lady Di. A pesar del aprecio que le tenía todo el mundo, no hicieron falta ni semanas para que se hicieran los primeros chistes sobre el hecho.
Pero el ejemplo más evidente lo encontramos en relación a los atentados de las Torres Gemelas de 2001, cuando el humorista Gilbert Gottfried, actuando en el Friar’s Club de Nueva York, aludió en uno de sus chistes al ataque tan solo una semana después. Unos breves abucheos y algunos “¡Demasiado pronto!” emitidos por el público fueron suficiente para hacer maniobrar al cómico y continuar su actuación, con éxito, hablando de otros temas. Nadie se planteó entonces interponer una demanda, un abucheo bastó, y su carrera continuó sin problemas.
Y sin embargo, en 2017 estamos condenando a una muchacha a un año de cárcel por un chiste en relación a un acontecimiento ocurrido hace 44 años. ¿Cómo hemos llegado a este punto?
La Audiencia Nacional fue creada en 1977 con la intención de juzgar delitos de terrorismo y grandes casos de interés y ámbito nacional. En el momento que se creó, obviamente, estaba destinada básicamente a la persecución de ETA y otras bandas terroristas como los GRAPO. Sin embargo, en los últimos tiempos hemos visto la disolución de la mayor parte de estos grupos, hemos asistido al cese de actividad de ETA y, hace tan solo unos días, a su desarme. La Audiencia Nacional ha visto entonces reducida su actividad, y buena parte de sus recursos se han destinado a la persecución de tuiteros y músicos gracias al respaldo de leyes que imponen el mismo castigo a quien hace un chiste sobre Carrero Blanco que a quien exhorta a atentar en nombre de Alá.



La situación actual en España tiene pocos paralelos en la comunidad internacional, pues se ha creado todo un marco legislativo confuso que da lugar a medidas desproporcionadas como las que estamos viendo. Santiago Lorenzo lo tiene claro: “la figura de la 'incitación al odio' es una chapuza que solo da pie a más humor". Y estamos juzgando el mal gusto a la hora de hacer un chiste como un acto terrorista y, la verdad, tampoco son tan malos los chistes.
Al final, la dictadura de lo políticamente correcto a la que desde hace algunos años aludían determinados sectores conservadores de la sociedad, ha dado lugar a lo que Andrés Barba denomina “un estado de la cursilería trascendental”. Según él, “cada vez utilizamos menos ideas y más sentimientos para exponer nuestras posiciones" porque “los sentimientos son inexpugnables”. Una persona puede montar toda una función circense en torno a su supuesta ofensa y nadie la pondrá en duda, no hay debate en torno a los sentimientos.
¿A dónde queremos ir a parar con todo esto? Pues volvemos al punto de partida: no debemos pensar que todo lo que ocurra contribuye al progreso. Existen marchas atrás en la historia y estamos alcanzando una. Y, por si fueran poco las medidas y condenas injustas y desproporcionadas, a nosotros nos preocupa otra cuestión que nos ha venido a la mente precisamente coincidiendo con la publicación de nuestro libro, que incluye reflexiones y alusiones que pueden herir a algunas personas: los mismos políticos y autoridades que lucen el Je suis Charlie de turno, son quienes persiguen y castigan a quienes hacen sátira y comedia. Y la sociedad no se plantea esta contradicción, sino que la acepta y la incorpora a su pensamiento por medio de una supuesta corrección política peligrosa que conduce a la autocensura y, como precisamente dijo uno de los editores del semanario satírico Charlie Hebdo, “la autocensura es el principio del autoritarismo”. Y esta es una senda que conviene desandar antes de emprenderla. El miedo es la principal herramienta para mantener el control de la población, y frente a él, el humor es el mejor antídoto. Cuando un poder muestra un especial interés por eliminar el humor y de sembrar el miedo a través de sentencias ejemplarizantes como las que estamos viendo, es que se están abriendo las puertas al autoritarismo, y autocensurándonos solo contribuimos a ese fin.


  • DEBRAY, R. (1983): Crítica de la razón política, ed. Cátedra.
  • ADANTI, D. (2017): Disparen al humorista, ed. Astiberri.
  • BARBA, A. (2016): La risa caníbal, ed. Alpha Decay.
  • WEEMS, S. (2015): Ja, ed. Taurus.
  • FERNÁNDEZ LIRIA, C. (2016): En defensa del populismo, ed. Catarata.
  • CAMPOS, P. y RIAÑO, P. H. (16/06/2015): "¿Tiene límites el humor negro?", en El Confidencial.

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