¡Yo soy Napoleón!

Seguro que habéis visto en multitud de películas, series o libros, el típico psiquiátrico donde entre sus cientos de internos se esconde siempre un enfermo mental que se cree pariente de Napoleón, o quizás el mismísimo Napoleón. Eso o Michael Jackson, son las dos personalidades estrella de las representaciones literarias o cinematográficas del psiquiátrico. Como en la época de la que vamos a hablar Michael Jackson todavía estaba aprendiendo a bailar, la opción que le quedaba a este hombre fue Napoleón, y por supuesto, representó su papel hasta el final.
La fecha cumbre de su vida fue el 4 de diciembre de 1977, ese día gastó todo el presupuesto anual de su país para coronarse emperador de Centroáfrica, como algunos habrán adivinado ya, nuestro Napoleón no es otro que el poco típico Jean Bédel Bokassa.
Pero antes de describir el día más glorioso de este hombre, daré unas pinceladas sobre su vida. Nacido en lo que entonces era el Congo francés en 1921, sus primeros años transcurren como los de muchos africanos, con una educación cristiana básica (la Iglesia siempre está donde se la necesita) y como no tenía muchas más perspectivas de vida, se alistó en el ejército francés para defender a la gran república francesa.
Sus servicios le llevaron a combatir en la II Guerra Mundial en Europa y en la inmediatamente posterior Guerra de Indochina (1946-1954). Cuando todo terminó, Bokassa, sin más sitios en los que ir a pelear por los franceses, volvió a casa. Pero su hogar era otro, fruto de la descolonización producida después de la II Guerra Mundial, el 13 de agosto de 1960 nacía la nueva República Centroafricana y con ella medró sin problemas el joven soldado.
En 1940 era cabo, en el 56 suboficial y en el 58 oficial. Y es que en su época de soldado francés había realizado tan bien su trabajo, que le concedieron la Cruz de Guerra, la Medalla Militar o la Legión de Honor entre otras distinciones.
Pese a todo la opinión que tenían de él tanto los franceses como el propio presidente de su país es de que no tenía muchas luces y que no era muy peligroso, por eso ascendía rápido. Todos unos visionarios.
Seis años después de la creación del país, Bokassa daba un golpe de estado porque quería arreglar algunas cosillas, lo típico, y así empezó el despropósito. Algunos pueden pensar que los propios centroafricanos no pudieron hacer mucho por impedirlo pero, ¿Por qué los dirigentes franceses no los ayudaron? Bueno, porque casualidades del destino, Bokassa idolatraba a Francia, y a estos les venía muy bien tener un aliado en el poder que obedeciera todas sus ideas y les dejara expoliar los abundantes recursos minerales y el marfil del país, así que mala suerte para los centroafricanos. Pero tampoco tuvieron mejor suerte los franceses, pronto todo el mundo se empezó a dar cuenta de que Bokassa no parecía estar todo lo cuerdo que debiera.
Aparte de hacer las típicas cosas de tirano, como prohibir la libertad de expresión, encarcelar y matar a gente sin control y llevar al país a la más absoluta pobreza. Tenía otros gustos rarillos, como su fama de antropófago, que quién sabe si fue verdad o no y una admiración loca por la época napoleónica. Para él, el mejor periodo de su amada Francia.
Su guardia personal llevaba trajes de gala al estilo napoleónico, e incluso él mismo se disfrazaba así en las cumbres, por mucho que los franceses le aconsejaran que no era buena idea porque se podían reír un poco de él.
Otra de sus pasiones eran las mujeres, entre las más de 70 esposas y su multitud de hijos empezó a tener la costumbre de llamar príncipe o princesa a sus vástagos y obligaba a todo el mundo a hacer lo mismo. Pero no, no era un apelativo cariñoso de papá entregado, era un título en toda regla. Y un día se le encendió la bombilla. ¿Por qué no monto el imperio napoleónico en África? Y todo el mundo le dijo que vale, que era buena idea. Perfecto, a preparar una coronación.
Los franceses sacaron el libro gordo de Petete de las coronaciones y buscaron cuál sería la mejor opción. ¿Pero qué puede ser mejor para cualquier mortal que sentirse por un día como su ídolo? Dicho y hecho.
Como ya se mencionaba más arriba, el 4 de diciembre de 1977, Bangui la capital de la República Centroafricana se convirtió en Paris por unas horas y allí estaba todo el mundo como loco, alabando a su nuevo emperador con grandes letras B de mentira.
Allí hubo de todo, una carroza real, un trono de dos toneladas bañado en oro, réplicas exactas de la corona y la capa de armiño de Napoleón, caballos de pura raza normanda. Hasta un pintor (Hans Linus) que retratara al nuevo emperador.
Bokassa el día de la coronación con su trono de dos toneladas bañado en oro.
En lo que menos se pudo hacer fue en la representación internacional. Bokassa invitó a todos los regentes del mundo para que vinieran a la fiesta y lo acogieran en su familia de ‘gente mejor que los demás’. Pero desgraciadamente todos tenían cosas que hacer ese día y al final solo pudo ir el príncipe Emmanuel por parte de Liechtenstein, qué mala suerte. Tampoco le fue mejor cuando invitó a los presidentes de los países, ni siquiera los dictadores vecinos fueron a verle. Para Bokassa fue claramente por envidia. Y como en una buena coronación no puede faltar la parte divina, también llamaron al papa Pablo VI, el pobre ya estaba mayorcete, y lo dejó todo en manos de un prelado para que le representara. Salvando estas cosillas, por lo demás fue todo a pedir de boca.
Portada de Hola del año 1977
con un artículo sobre la coronación de
Bokassa firmado por Jaime Peñafiel.
Ya como nuevo emperador se dedicó a hacer disposiciones más absurdas que antes. Algunas que ni al mismo Calígula se le hubieran ocurrido, entre ellas crear una ciudad en miniatura para los pigmeos, por ejemplo.
Chifladuras aparte, varios años después se le ocurrió otra idea brillante: pasar de lo que le dijeran los franceses, de todos modos, si él era emperador en la escala de quién vale más, él ganaba, ¿no? Todo fue estupendo, hasta que se enteraron los franceses, que no les pareció tan buena idea y, durante un viaje del señor emperador por el extranjero, los franceses dieron un golpe de estado (si, los franceses) en el Imperio y como si de Darth Vader se tratara, depusieron al tirano y le devolvieron el control del país al anterior presidente. Eso sí, sin preguntar a los centroafricanos, total como diría un francés ilustrado: ‘Todo para el pueblo, pero sin el pueblo’
La historia todavía sería más larga de contar porque Bokassa I fue un personaje con multitud de grandes titulares. Así que para cerrar este breve episodio de su vida os dejaré un fragmento de la oda compuesta para su coronación.

¿Sabéis dónde se respira hoy
El espíritu cristiano de Francia?
¿De la antigua Roma y Bizancio?
En Bangui, la coqueta.

El sucesor de Clodovico el Grande, 
De los héroes de Grecia y de los galos,
De Carlomagno y de San Luis, 
De Bonaparte y de De Gaulle.

Es Bokassa, Caesar Augustus,
El más ilustre de los franceses.
Arrodillémonos ante él,
Celebremos sus favores.

Bokassa, el nuevo Bonaparte;
Bangui, su ilustre ciudad,
Eclipsa Roma, Atenas, Esparta
Con su deslumbrante belleza.


  • Albert Sánchez Piñol. (2006). Payasos y monstruos: Bokassa, Idi Amin Dada, Mobutu Sese Seko, dictadores africanos que se creían dioses. Madrid: Aguilar.
  • Riccardo Orizio. (2005). Hablando con el diablo: entrevistas con dictadores. México: Turner.
  • Gustau Nerín Abad. (2009). "Jean-Bédel Bokassa. El último emperador". La aventura de la historia, 132, 46-51.


En colaboración con Ad Absurdum:


Alba Cillero @owenlblack, licenciada en Humanidades por la Universidad de La Rioja y máster en formación del profesorado en Geografía e Historia. Escritora bajo el pseudónimo de Owen L. Black. Su blog: www.owenlblack.com


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1 comentario:

  1. Está bien hacer una crítica a la figura del emperador Bokassa, pero para ello no hace recurrir a la mentira ni a los rumores sin fundamento. Como muestra un botón: la coronacion del emperador costó tanto como la cuarta parte del presupuesto anual del nuevo y flamante imperio, y la pagó en su mayor parte el gobierno francés, muy interesado en mantener su estatus económico privilegiado en el país. El propio ministro que representó al gobierno francés acudió a la ceremonia de coronación vestido como un mariscal de la época napoleónica, y fue una concesión graciosa del gobierno francés, que pensó de esta manera agradar al nuevo emperador. Los excesos de aquella coronación hicieron las delicias y llenaron los bolsillos de muchos artistas y empresarios franceses que participaron con entusiasmo en el evento.

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