Muertes absurdas 6: Morirse de risa, pero de verdad

EN ATENCIÓN A LO QUE ESTÁ A PUNTO DE LEER, LAS AUTORIDADES SANITARIAS RECOMIENDAN LEER AD ABSURDUM CON MODERACIÓN

Muchas veces hemos escuchado la expresión "morirse de risa", pero ¿es posible eso? Pues sí, y más a menudo de lo que pensamos. La risa aumenta el ritmo cardíaco, y cuando ésta es prolongada puede llegar a provocar un ataque al corazón o incluso fallos respiratorios y dejarte seco, pero con una sonrisa en los labios. Y esto lleva ocurriendo desde el origen de los tiempos, o al menos desde que tenemos constancia por escrito.
Tal fue el caso del augur Calcas, quien supuestamente vivió la Guerra de Troya. Según la leyenda, un adivino profetizó el día de su muerte y, aunque Calcas no se lo creyó, aguardó ese día con la mosca detrás de la oreja, no fuera a ser verdad. Al ver que llegaba el día y que no ocurría nada, comenzó a reír como un poseso hasta que se asfixió dando la razón al adivino.
La muerte por risa también sobrevino a Quilón de Esparta, uno de los Siete Sabios de Grecia, aunque no de forma tan patética como a Calcas. En este caso la alegría embargó al espartano al conocer la victoria de su hijo en los Juegos Olímpicos, y lo embargó de tal manera que lo desahució del mundo de los vivos.
Más graciosa fue la muerte de Zeuxis, un famoso pintor griego clásico que halló su final entre carcajadas al conocer el encargo que una anciana decrépita le hizo: pintar un cuadro de Afrodita usándola a ella como modelo.
Pero sin duda, algo más triste es perder la vida mientras te ríes de tu propio chiste, algo que ocurrió a Crisipo de Solos, filósofo griego. Nos cuenta Diógenes Laercio que tras dar unos tragos de vino, Crisipo observaba a un burro comer higos y tuvo la ocurrencia de gritar: "Ahora dale al burro una copa de vino puro para regar los higos", e invitó al animal a un trago. Probablemente a nuestros lectores no les habrá hecho la menor gracia, pero a él sí, y el filósofo se fue a la tumba bien orgulloso de su sentido del humor.
Por supuesto, no sólo los griegos morían de risa, pues la misma suerte han corrido otros personajes históricos de la talla de Martín I de Aragón, que combinó una indigestión con un ataque de risa; Pietro Aretino, al escuchar una historia que le contó su hermana; Nandabayin, rey de Birmania, murió de risa al conocer que Venecia era un estado sin rey; el traductor Thomas Urquhart, se partió al conocer la noticia del ascenso de Carlos II al trono; el escritor cubano Julián Casal murió a manos de un invitado a una cena que le contó un chiste, las carcajadas le rompieron un aneurisma y le provocaron una hemorragia interna.


Y la lista sigue... en 1975 un albañil inglés murió de risa viendo un capítulo de los Goodies en televisión, en 2003 un tailandés corrió la misma suerte... en vista de todo esto le pedimos que en adelante lea Ad Absurdum con moderación, que evite los programas de humor, así como a su cuñado (no sea que la próxima vez, sus chistes sí que le hagan gracia) o a cualquier andaluz. Por el contrario, si quiere usted cometer cualquier asesinato de forma impune le recomendamos que haga acopio de historias sobre Jaimito o sobre Lepe.

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